De Santiago, tomé un vuelo que hizo una escala larguísima en Puerto Montt, no me imagino que estaban haciendo los señores de Lanchile casi dos horas estacionados ahí y nosotros dentro del avión sin nada que hacer, ni siquiera una copa de vino, solo agua simple en vaso desechable, lo que era un trayecto de 4 hrs, se convirtió en un martirio de casi 7 hrs. Al final si hubo una recompensa pues llegamos a Punta Arenas demasiado tarde para embarcarnos así que pasamos el resto del día en la Ciudad, fundada por Magallanes es un lugar muy intenso, lo que fue una verdadera recompensa fue el poder aprovechar el DutyFree, todo sin impuestos (excepto el hospedaje), yo compre un perfume más barato que en Miami y un pequeño regalo para mi Jefe que me permitió salir de vacaciones tanto tiempo, y eso que solo llevaba trabajando (oficialmente) 7 días.
Estando ahí por unas horas olvide que tan al sur del mundo estaba, el frio combinado con el aire y las construcciones, las tiendas, los monumentos (como el del hermano de Magallanes) lo hace parecer que estuviera al norte de Europa, pero el buen trato y la cortesìa, la limpieza de la ciudad me hicieron convertirme en un fanàtico de Chile.
Embarcar siempre es toda una experiencia, fue un barco muy alto que no tendría más de 200 pasajeros y como unos 30 de tripulación, había que llegar con tiempo para poder documentar ya que se tiene que registrar el pasaporte y tuvimos que hacer varios tramites, ya adentro me indicaron nuestra habitación y luego bajamos al comedor para que nos asignarán mesa y a eso de las 21:00 hrs el capitán ofreció un coctel de bienvenida, música tradicional chilena amenizo la cena y nos dieron una plática donde nos explicaron los protocolos de seguridad, nos enseñaron a usar los chalecos salvavidas y nos dieron una muy buena explicación de los trayectos que haríamos al igual que las advertencias de los problemas que pueden sucitarse durante el viaje.
Cada vez que pasaba algo éramos avisados por el personal del barco para que no nos perdieramos ningun momento especial, por ejemplo cuando cruzamos del Pacífico al Atlántico por el estrecho de Magañales hubo hasta una pequeña ceremonia de cambio de banderas náuticas, éste tipo de cosas poco a poco iban subiendo el ánimo de todos los pasajeros, y nos convirtieron de un grupo de turistas a un grupo de exploradores (sentì que estaba descubiendo el mundo), en las noches después de la cena había un pequeño espectáculo diferente de baile o música. Antes de salir de viaje Al Fin del Mundo un buen amigo me recomendó algo: ir frecuentemente al puente del barco y pedir que el contramaestre me indicara en las cartas de navegación en que lugar precisamente nos encontrábamos, además cuando el cielo es claro muchos miembros de la tripulación pueden dirigir al turista para ver las estrellas como la Cruz del Sur, excelente sugerencia.
Al siguiente día nos bajaron en unas pequeñas lanchas de motor para hacer senderismo y ver de lejos los glaciares, muchos se quedaron solo a pajarear, pero yo si fui a dar mi vuelta con un grupo como de 8 personas, ahí se pueden casi tocar a los leones marinos y lo que más me fascino fueron los diques hechos por los castores, fácil vi como 30 pequeñas presas y como dos de gran tamaño y si alcance a acercarme a ver un nido, pero puse muy nervioso a mi guía que no entendía mi fascinación por los castorcitos, que son un problema por que sus diques inundan el bosque y van acabando con mucha vegetación, la población de castores a aumentado mucho, lo único que si pude agarrar es una varita (que todavía conservo) que había sido mordida por un castor.
El siguiente desembarco fue el Tucker donde ví por primera vez a los pingüinitos, tan simpáticos, bueno todavía me sorprende. Una vista con binoculares del Faro Forward (la construcción más al sur del continente, a lo largo del viaje estuvieron mencionando tantas veces sobre el sur, que termine algo confundido). El día siguiente estuvimos viendo glaciares, muchoschisimos, y nos acercaban lo más posible que podía el barco, inclusive en una ocasión nos acercaron con las lanchas de motor, cuando llegamos fue increíble que el clima cambiara (como si cada glaciar llevara su propio clima) e inclusive nevó sobre las lanchitas. Al siguiente día desembarcamos nuevamente y subimos una pequeña montaña y pudimos ver el paisaje rodeado de glaciares, después fuimos a Puerto Williams que es la última ciudad chilena, es un buen lugar, muy interesante, con mucha historia, en la siguiente noche pasamos a Argentina llegando a Ushuaia, que fuè fundada con la interciòn de que fuera una ciudad cárcel, fuimos a visitar el antiguo presidio e hicimos una visita al bosque, unos lugares hermosos, pero con mucho lodo, demasiado. De ahí comenzamos el regreso a Punta Arenas y pasamos nuevamente por Puerto Williams, inmediatamente despuès seguimos una ruta diferente para el regreso y visitamos muchos glaciares con formas muy caprichosas, cada uno tiene el nombre de un paìs..
Lo que más me gusto (después de los Castores) fue llegar a la Isla Magdalena, que a simple vista no tenía nada fuera de lo común, hasta estar tan cerca para que me diera cuenta que estaba literalmente tapizada de pingüinos, hay un faro y varios lugares para sentarse y vivir esa maravilla con mucha calma pero poca tranquilidad, el ruido que producen los pingûinos, su revoloteo y el aire zumbando los oidos me hubieran hecho sucumbir, pero era todo tan maravilloso que me envolvio completamente.
Finalmente regresamos a Punta Arenas y a Santiago en un vuelo sin contratiempos.
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